lunes, 21 de julio de 2014

FÚTBOL TOTAL

Dicen los viejos futboleros que la vida es eso que pasa entre mundial y mundial. Pero el balón no sólo rueda cada cuatro años. En el medio hay campeonatos, ligas provinciales, copas internacionales, fechas FIFA, partidos entre amigos y pelotazos en los potreros. Al fin y al cabo los 365 días del año hay al menos un minuto de fútbol.
Otros fanáticos creen en el deporte milagroso. Ese, que según las palabras de un enfermo de la redonda  "Te puede curar de una gripe".  Los escépticos y ateos difícilmente formen parte de este fenómeno que más que eso, para varios seres humanos es una religión que tiene a Maradona, Messi, Pelé, Neymar o Cristiano Ronaldo como dioses y santos. Varias generaciones, sin distinguir sexo, lugar de nacimiento,  ni condición social disfrutan de la redonda a donde quiera que vayan.
Tal vez algunos otros crean que las gambetas, los caños, las boleas y las chilenas formen parte de un mundo esotérico en el que las cábalas secretas y los hechizos de magia sean el alimento diario.
Sea como sea, el país respira fútbol y se alimenta de él. Sino ¿Cómo se explica que a los pocos meses de nacidos los niños ya sean merecedores de una pelota? ¿Que las adolescentes de 15 años anhelen un saludo de su ídolo deportivo en video para su fiesta? ¿Que el momento más sublime en la vida de un padre sea ir con su hijo a la cancha por primera vez? Pues hay algunas cosas que no tienen explicación y sólo se sienten.
"La primera vez que fui a la cancha tenía diez años y viajé a Salta capital porque Boca iba a jugar un amistoso con Gimnasia y Tiro,  que estaba en primera en ese momento. Era el Boca  que había salido campeón invicto. Mi papá tenía un centro de distribución de diarios y los conocía a los periodistas del Tribuno. Entonces,  entré con los changuitos ahí adentro del césped de la mano de Gustavo Barros Schelotto", me dijo Luciano, un hincha,  aquella vez que nos juntamos a tomar un café y a charlar de fútbol.  Fuera del grabador me confesó que en ese momento su mano transpiraba con el caudal de una catarata y que su corazón tenía las pulsaciones aceleradas.  Salteño de nacimiento y tucumano por adopción Luciano es un ferviente hincha de Boca que, cada vez que puede va a ver el club de sus amores.
El fútbol nos define como sociedad porque como dice Nicolás, que no pasa las dos décadas de vida, "El argentino no es patriota, es futbolero".   Y es que sólo el fútbol puede juntar hinchas rivales en el mítico estadio Maracaná. El fútbol corre en nuestra sangre argenta tan rápido que cada pitazo en el campo de juego te deja la piel de gallina, el himno tarareado también.  El fútbol es ese fenómeno que  hace abrazar a dos desconocidos para festejar, pintarse la cara de otro color, y de  saltar acomparsados al ritmo de una canción entonada con la voz impostada en la garganta. La redonda, es eso que hace compartir la bebida de un vaso popular y de salir corriendo ante el peligro. Porque no todo es color de rosa.
Ir a la cancha, al potrero, al campeonato del barrio es ser consciente de que se está yendo al matadero. El fútbol alcanza su máxima expresión como fenómeno sociológico cuando, a sabiendas de que hay una bomba de Hiroshima a punto de estallar, delincuentes armados y una olla a presión a punto de explotar, aún concurrimos a alentar al equipo.
"Yo siempre voy a la popular, a la Pellegrini donde  ves tranquilo (N de la R: El estadio de San Martín de Tucumán está emplazado entre las calles: Bolívar, Rondeau, Pellegrini y Matienzo). Van familias: padres con chicos, mujeres, clima más de hinchada familiar. Si te vas para la Bolívar o la Rondeau ahí te vas para la Barra Brava  que es más peligroso. Sé que la Barra es muy pesada. No me da miedo porque soy hincha de San Martín igual que ellos, si  fuera de Atlético sí. La hinchada de Atlético es como cualquier hinchada. , me dijo Nicolás  la vez que intercambiamos ideas. Él a sus jóvenes años es consciente de la peligrosidad del fútbol.  
 A propósito Luciano también me comentó:  "El hincha común dejó de tener un orgullo por su barra, dejó de bancarlo moralmente. Ya saben que son parásitos, que ganan plata, que viven de ellos, que son delincuentes. Eso es bueno porque en algún punto la hinchada ya no los está legitimando.  Estamos en un momento complicado. Bonano contaba que en España le decían: Eres muy mal arquero Bonano. Acá le dicen te vamo' a matá a vos y a tu vieja. Me encanta la creatividad esa de la hinchada argentina, y son cosas que no se tienen que perder pero en su justa medida".
La infraestructura de los clubes también habla a las claras del lugar de la historia del fútbol argentino en el que estamos parados. El progreso de los clubes del interior se detuvo o se quedó estancado para darle paso a las grandes potencias y su papel en la televisión. En el pueblo ya no sólo se ve el clásico del barrio, sino también el fútbol europeo, turco y africano. Ese, que sirve para tener tema de conversación al otro día en el trabajo o la escuela.
Asistimos a un tiempo donde el planeta tierra tiene forma de pelota, en el que  el fanatismo está teñido de sangre y en un contexto donde los colores nacen en el parto y mueren en la tumba.



miércoles, 9 de julio de 2014

Historia de los Mundiales

Algunas personas dudan de mi memoria, aunque si hay algo que no me falla es eso, algunos otros pueden dar fe.  Mi cabeza guarda una imagen, con la que descubrí el fútbol. Habré tenido tres años y  una gripe de esas que contagian. Mi papá vino, se acostó al lado mío. Encendió la tele y ahí estaba el equipo Argentino cantando el himno en EEUU. No me acuerdo más.
Francia 98 fue como un juego. En aquella época poco entendía de fútbol, reglamento, y asuntos técnicos. Fui a colegio de monjas desde jardín hasta quinto año. El partido con Inglaterra fue el paradigmático de esa copa. Una monjita tintirilla nos había enseñado el cantito: "Oh María, Oh María veni pronto a nuestra tierra, y protégenos el arco de los goles de Inglaterra". Pinturitas en la cara, los gritos por Batistuta sin saber quién era, la pegadiza canción de Ricky Martín y camisetas por doquier. De la tristeza de quedar afuera, no supe nada.
Sinceramente, Corea-Japón fue un dolor de todo. Desvelo por aquí, ojeras por allá, pasó sin pena ni gloria por mi vida. Sólo recuerdo a mi papá, triste por la vuelta a casa y una imagen de Sorín tirado en el campo de juego. La  historia no acaba aquí. Tengo viva, la imagen de Ronaldo levantando la Copa.
Alemania fue el quiebre.  Me agarró adolescente y en la etapa de transición.  Fue el clic donde supe que quería hacer del deporte, del periodismo, mi vida. Horas y horas de programación deportiva, amores futboleros y lecturas mundialistas por doquier. La histórica goleada frente a Serbia, en la misma pantalla que Inglaterra en el 98, en el mismo colegio, pero ya sin la monja del cantito. Todavía conservo la bandera de ese día. En octavos me abracé con mi papá a gritar el gol de Maxi. Después, vi sola el partido cuando los alemanes nos mandaron a la casa, y lloré. Fue una de las pocas veces que lloré por fútbol.
Sudáfrica me encontró estudiando, escribiendo, más madura, viendo el fútbol desde otro lado. Me acuerdo que hicimos una revista que se llamaba "La Pelota no se mancha", en honor al Diego. Con mis amigas de toda la vida, las mismas con las que vimos el partido de Inglaterra en el 98  y cantamos con la monja, con las que gritamos la goleada a Serbia, nos juntamos frente a Alemania, para romper el maleficio. Pero pesó más la historia y nos encontró  a las tres en un sillón, desplomadas, en silencio frente a la tele, abrazadas a un osito celeste y blanco. De más está decir que ahogamos las penas en el alcohol.

Esta vez, quiero sentir que las cosas son distintas y llorar de felicidad. Por ahora ya lo son. Falta un pasito. Aunque sea a la distancia me gustaría que se me ponga la piel de gallina otra vez escuchando a los dichosos que pueden cantar el himno allá en la tierrra verdeamarela. Ojalá el dios de la número cinco nos de la dicha de levantar la copa.  Ya rompí las cábalas, ya grité los goles con mi papá y ya escribí la alegría de los triunfos. Ahora, quisiera escribir la alegría de salir campeones.