Dicen los viejos
futboleros que la vida es eso que pasa entre mundial y mundial. Pero el balón no
sólo rueda cada cuatro años. En el medio hay campeonatos, ligas provinciales,
copas internacionales, fechas FIFA, partidos entre amigos y pelotazos en los
potreros. Al fin y al cabo los 365 días del año hay al menos un minuto de
fútbol.
Otros fanáticos
creen en el deporte milagroso. Ese, que según las palabras de un enfermo de la
redonda "Te puede curar de una
gripe". Los escépticos y ateos
difícilmente formen parte de este fenómeno que más que eso, para varios seres
humanos es una religión que tiene a Maradona, Messi, Pelé, Neymar o Cristiano
Ronaldo como dioses y santos. Varias generaciones, sin distinguir sexo, lugar
de nacimiento, ni condición social
disfrutan de la redonda a donde quiera que vayan.
Tal vez algunos
otros crean que las gambetas, los caños, las boleas y las chilenas formen parte
de un mundo esotérico en el que las cábalas secretas y los hechizos de magia
sean el alimento diario.
Sea como sea, el
país respira fútbol y se alimenta de él. Sino ¿Cómo se explica que a los pocos
meses de nacidos los niños ya sean merecedores de una pelota? ¿Que las
adolescentes de 15 años anhelen un saludo de su ídolo deportivo en video para
su fiesta? ¿Que el momento más sublime en la vida de un padre sea ir con su
hijo a la cancha por primera vez? Pues hay algunas cosas que no tienen
explicación y sólo se sienten.
"La primera
vez que fui a la cancha tenía diez años y viajé a Salta capital porque Boca iba
a jugar un amistoso con Gimnasia y Tiro,
que estaba en primera en ese momento. Era el Boca que había salido campeón invicto. Mi papá
tenía un centro de distribución de diarios y los conocía a los periodistas del
Tribuno. Entonces, entré con los
changuitos ahí adentro del césped de la mano de Gustavo Barros Schelotto",
me dijo Luciano, un hincha, aquella
vez que nos juntamos a tomar un café y a charlar de fútbol. Fuera del grabador me confesó que en ese momento
su mano transpiraba con el caudal de una catarata y que su corazón tenía las
pulsaciones aceleradas. Salteño de
nacimiento y tucumano por adopción Luciano es un ferviente hincha de Boca que,
cada vez que puede va a ver el club de sus amores.
El fútbol nos
define como sociedad porque como dice Nicolás, que no pasa las dos décadas de
vida, "El argentino no es patriota, es futbolero". Y es que sólo el fútbol puede juntar hinchas
rivales en el mítico estadio Maracaná. El fútbol corre en nuestra sangre
argenta tan rápido que cada pitazo en el campo de juego te deja la piel de
gallina, el himno tarareado también. El
fútbol es ese fenómeno que hace abrazar
a dos desconocidos para festejar, pintarse la cara de otro color, y de saltar acomparsados al ritmo de una canción
entonada con la voz impostada en la garganta. La redonda, es eso que hace
compartir la bebida de un vaso popular y de salir corriendo ante el peligro.
Porque no todo es color de rosa.
Ir a la cancha,
al potrero, al campeonato del barrio es ser consciente de que se está yendo al
matadero. El fútbol alcanza su máxima expresión como fenómeno sociológico
cuando, a sabiendas de que hay una bomba de Hiroshima a punto de estallar,
delincuentes armados y una olla a presión a punto de explotar, aún concurrimos
a alentar al equipo.
"Yo siempre
voy a la popular, a la Pellegrini donde
ves tranquilo (N de la R: El estadio de San Martín de Tucumán está
emplazado entre las calles: Bolívar, Rondeau, Pellegrini y Matienzo). Van
familias: padres con chicos, mujeres, clima más de hinchada familiar. Si te vas
para la Bolívar o la Rondeau ahí te vas para la Barra Brava que es más peligroso. Sé que la Barra es muy
pesada. No me da miedo porque soy hincha de San Martín igual que ellos, si fuera de Atlético sí. La hinchada de Atlético
es como cualquier hinchada. , me dijo Nicolás la vez que intercambiamos ideas. Él a sus jóvenes años es consciente
de la peligrosidad del fútbol.
A propósito Luciano también me comentó: "El hincha común dejó de tener un orgullo
por su barra, dejó de bancarlo moralmente. Ya saben que son parásitos, que
ganan plata, que viven de ellos, que son delincuentes. Eso es bueno porque en
algún punto la hinchada ya no los está legitimando. Estamos en un momento complicado. Bonano
contaba que en España le decían: Eres muy mal arquero Bonano. Acá le dicen te
vamo' a matá a vos y a tu vieja. Me encanta la creatividad esa de la hinchada
argentina, y son cosas que no se tienen que perder pero en su justa medida".
La
infraestructura de los clubes también habla a las claras del lugar de la
historia del fútbol argentino en el que estamos parados. El progreso de los
clubes del interior se detuvo o se quedó estancado para darle paso a las
grandes potencias y su papel en la televisión. En el pueblo ya no sólo se ve el
clásico del barrio, sino también el fútbol europeo, turco y africano. Ese, que
sirve para tener tema de conversación al otro día en el trabajo o la escuela.
Asistimos a un
tiempo donde el planeta tierra tiene forma de pelota, en el que el fanatismo está teñido de sangre y en un
contexto donde los colores nacen en el parto y mueren en la tumba.