jueves, 2 de abril de 2015

PEDIR PERDON POR OLVIDAR

Miro la bandera de la Isla de Tierra de Fuego que tengo colgada en la ventana de mi habitación y siento que le falta algo. La insignia la encontré tirada en medio de la calle mientras caminaba en el verano por Río Grande. El viento, la había sacado de su mástil y estaba sola en medio de la calle.
Era el 14 de enero de 2015. Había viajado hasta la isla del Fin del Mundo con la intención de vacaciones, y de paso darle voz a los veteranos de Malvinas de esa parte del país. En los últimos días de diciembre había hablado con Carlos Llama, presidente del Centro de Ex combatientes de Malvinas y encargado del espacio Pensar Malvinas, porque en el sur a diferencia de este lado del mundo, se piensa Malvinas, se conmemora, se reflexiona, se hace el duelo por la pérdida de los héroes.
Lo que Carlos no supo era que ese 14 de enero nunca llegaría a Ushuaia porque un accidente automovilístico me había dejado varada en la frontera entre Chile y Argentina en medio de la Isla.  Despertarse en la frontera a las seis de la mañana, con los dolores del golpe. En pleno verano pero con un frío que cala hondo en los huesos a pesar de los múltiples abrigos, el viento que no da tregua, pero con la simple oración de dar gracias a que todavía sigo viva fue la sensación más extraña que me tocó vivir hasta ahora. Supongo que cada amanecer en Malvinas habrá sido algo así, o peor.
Cuando salí de la Isla y vi las pistas en medio de la ciudad, que eran aterrizajes de aviones de combate, no lo niego, se me puso la piel de gallina y me juré a mi  misma como persona y como comunicadora que estos hombres no se olviden.
Durante varios días me quedé con ese sabor amargo de no haber podido cumplir la misión. A fines de febrero se me encomendó la tarea de producir un programa de radio con la temática Malvinas. Había buscado gente en facebook que no me contestó, busqué teléfonos pero tampoco pasaba nada. Me sentí fracasada otra vez
Pocos días antes del programa, cruzando la Plaza Independencia, principal de Tucumán, vi un grupo de cincuentones que habían vallado media Plaza y ví la bandera que los identificaba. Sabía que era una especie de señal divina o algo parecido.
Me acerqué a un gordito que se dormía de sentado y tenía una remera que dejaba al descubierto su ombligo. Lo ví y pensé en mi papá que en el 82 estaba haciendo el servicio y tuvo la suerte de que no lo llevaran ¿Y si hoy estaba así?
Manuel Ogas aceptó la invitación al programa y quedamos en que lo llamaba para recordarle. Se olvidó, pero la conversación telefónica que tuvo al aire con las conductoras del programa me hizo un nudo en la garganta, cosa que, después de algunos pocos años de profesión, uno trata de evitar.
"Somos olvidados, yo soy un depresivo crónico, vivo empastillado. Por las noches me levanto y corro de esquina a esquina como si hiciera guardia. Muchos compañeros pechan el carrito para comer o buscan de la basura para darle de comer a sus hijos", cada palabra era como una daga que se iba clavando en el pecho de los que escuchábamos y llorábamos y sólo queríamos pedir perdón.
Después de casi cuarenta minutos de comunicación Manuel ahogado por las lágrimas cortó el teléfono diciendo "Vamos a seguir luchando hasta que Dios diga basta".
Eran changuitos, fueron obligados, no eligieron lo que los hicieron hacer. No olvidemos.
GRACIAS HÉROES